E S C U L T U R A
S C U L P T U R E
VEINTE AÑOS DE ALBERTO VARGAS
Serge Fauchereau
Traducción al español:
Denise Dibildox
En la calle se yergue sobre tres patas una estructura de acero en forma de estrella que elegantemente lanza hacia el cielo dos antenas aceradas que sin embargo, no representan amenaza alguna. Fundamentalmente dinámica, interpela sin contradecir; ella intriga por sus formas inhabituales; nos encontramos al lindero de un mundo jamás visto, insólito y cordial. El escultor Alberto Vargas presenta una selección retrospectiva de más de veinte años de trabajo. La instalación no es en lo absoluto cronológica, lo cual nos recuerda que la obra de un artista es única pero que nunca se desarrolla sin idas y regresos. Así, el observador es igualmente libre de ir y venir a voluntad.
No lejos de Santa Lucía (2003), la gran estrella de 7 picos de acero inoxidable, un Ypsilon (2008) asegura la transición entre el Nimbo (2004) que está en la calle y lo que seguirá; es en sí una flecha de acero de varias puntas contradictorias, sostenida erguida por lo que pudiera ser un pedestal, pero que revela ser un fragmento de plano curvo. Esos son justamente los planos verticales curvos que constituyen los dos Tassos de mármol (1997), las piezas más antiguas de la exposición donde la primera vocación arquitectónica del artista es aún palpable: una de ellas, estrecha, constituiría una columna como si fuera cilíndrica, pero el redondeo se revela como un arco de círculo; la otra, mucho más ancha, sería como un pequeño fragmento de muro cóncavo; sin embargo, ambas son tan obviamente esculturas, perfectamente acabadas y no planteadas, pero si ostensiblemente impuestas por una base labrada en basamentos estratificados. Nos encontramos entonces frente a dos objetos netos, simples, íntegros.
Al darnos la vuelta podemos ver a contraluz, en el marco de la entrada, la sorprendente y ligera silueta de Nimbo, del exterior contraponiéndose con el cielo y la confusión de los contornos y de los colores del espacio cotidiano. Se reconoce la presencia imperturbable de la escultura como un orden, una certeza yuxtapuesta a la errática familiar.
El ojo es finalmente atrapado por columnas. Ellas han sido la preocupación primera y distintiva de Vargas, por las cuales se lo caracterizó (a partir de 1995, las ha creado en plata). De hecho, encontraremos formas muy diversas a lo largo de su carrera. Desde los albores del tiempo, es una forma primordial que decae al infinito: monolitos, obeliscos, torres, zigurats, pilones, pilastras, arkhitektons suprematistas … Siempre hemos percibido una autoridad dentro de toda forma vertical imponiendo un suspenso de movimiento y del pensamiento. Desde siempre, por todas partes a través del mundo, los hombres han erigido piedras y más tarde edificaron torres, columnas y columnatas en sus construcciones mayores. Hay consideraciones tanto irracionales como materiales y la estética se ubica entre esos dos polos. Los mejores cronistas de la obra de Vargas no han omitido fijarse en esto, cada uno según su temperamento y sus ideas. Alberto Ruy-Sánchez ha señalado “una aspiración a la trascendencia”, Luis Ignacio Sáinz se refirió precisamente a la Catedral de México – sus hileras dobles de columnas acanaladas que sostienen las bóvedas. Prolongando dentro del espacio y el tiempo la misma idea babeliana implícita, Jaime Moreno Villarreal ha justamente evocado los rascacielos – todavía no conocíamos la Torre de Jeddah en Oriente Medio que debe tener 200 pisos y un kilómetro de altura, pero, en ese caso, la mirada se dirigirá en menor medida a la plástica arquitectónica que a la demostración del poder. Las Estípites que Vargas ha creado en 1995-2003 no desean otra cosa que ser obras de arte, siempre monumentales, ya sean de 12 centímetros o 12 metros de altura como la espectacular Herma Estípite del Edificio Martel en San Pedro Garza García.
Hablamos de columna a propósito de Vargas simplemente por la comodidad del lenguaje. La suyas no son cilíndricas; su base y sección es triangular, rectangular, o poligonal más o menos compleja. Observando las Estípites donde el tronco va disminuyendo gradualmente hacia arriba (una de ellas, en acero corten, se llama Monte Athos, nombre de este grupo de monasterios griegos conocidos por ser poco accesibles), se destaca que se elevan en ausencia de ningún basamento y que dependen de un número variable de descansos, y una que descansa incluso sobre una placa de acero cuadrada. Su parte más alta y por lo tanto la más pequeña, tiene dos ranuras que conectan dos caras de la parte delantera, ya que se trata de una orientación frontal, la cual les distingue de una columna ordinaria. Esa frontalidad no es menos evidente en diversos Ziggurats. Este solo hecho nos hace pensar en una silueta humana estilizada, como un atlante o una cariátide geométrica liberadas de cualquier carga. ¿Un tótem moderno?, ¿una señal?, ¿un guardia?, ¿la efigie de un ente sobrenatural? El artista no lo revela. Siempre sin antropomorfismo adicional, la sugerencia aumenta, cuando varios están uno al lado del otro, tres del mismo tamaño pero de diferentes metales, y más aún ya que dos están indisociablemente soldados entre ellos, formando así una suerte de pareja, por ejemplo, Herma Tiranicida (latón, 2001). Uno de los más inusuales, de 2005, consiste en dos de estas columnas en acero inoxidable, montadas sobre una base truncada, ahora bien, una no descansa allí, siendo apoyada por la otra, a la cual solo un punto la sostiene. Este equilibrio aparentemente precario seduce la vista. Su lado ligeramente irónico no escapa incluso a aquel que no presta atención al título de la obra, Eneas, nombre del héroe griego que huía de Troya cargando a su padre. La escultura funciona de todos modos; sin embargo, el guiño a los personajes de Virgilio aporta un poco de humor extra. Pero atención: la sugerencia, figurativa o de otra índole, es responsabilidad del observador. Vargas es un escultor, y no un estatuario.
Es cierto que hemos visto a Vargas nutrido por la cultura clásica. Cualquiera que sea, griega, latina, gótica o barroca, conserva solamente lo que conviene a su proyecto. Él nunca negará esta fuente, pero no es la única. No muy lejos del clasicismo de las columnas y contrastando con ellas, observamos esculturas bajas, de una estabilidad innegable, por ejemplo, Ampala (2006). En este caso, claramente, la obra surge de antaño, de una arquitectura antigua de México: una pirámide en escalera sobre un cono de mármol oscuro rematada de construcciones menos clásicas, como esas pirámides de los antiguos Mexicanos que los conquistadores revistieron con sus propios templos. Aquí el realismo aflora. ¿Por qué no? Ya sea figurativo o radicalmente abstracto, Malévitch continúa siendo el mismo artista riguroso, así como Giacometti elaborando esculturas surrealistas o esforzándose por captar el secreto de un rostro, sigue siendo el mismo creador atormentado. El conocedor de la obra anterior de Vargas es sorprendido por las nuevas formas de Ampala o del Jardín del Epicúreo (2005) que hacen pensar en maquetas y a esas pequeñas reproducciones de templos ya desaparecidos, que descubren a veces los arqueólogos. También aportan innovaciones formales tales como el abandono eventual de líneas y formas ortogonales. Además, la combinación de materiales muy sólidos (metal, piedra dura) puede dar lugar a una confrontación entre el acero industrial común de una resistencia probada y la noble blancura del frágil alabastro. ¿Pero el arte de un artista no consiste también en elevar al mismo nivel de calidad todos los materiales, cualesquiera que estos sean? Así los pueblos americanos antiguos esculpían con la obsidiana o plumas, con el oro o el barro. Observamos esa práctica ecléctica perpetuada por los grandes escultores modernos de México, que, por añadidura, recuperan de buena gana la temática meso-americana sin imitación fácil, sin admiración servil; porque la verdadera tradición perdura sólo con cierto respeto, a costa de transformaciones reflexivas. Es así como Germán Cueto continúa la tradición de la máscara, que Federico Silva logra conversar con la escultura solar o secretamente funeraria, que Manuel Felguérez responde a tszompantli con el muro de las calaveras en el Museo Nacional de Antropología. A su vez, Alberto Vargas, no menos respetuoso del arte y de la historia, puede interrogar a una pirámide, o el sitio de La Venta o en un Tlalocán (2008) imaginar la entrada del paraíso verdoso de Tláloc coronada por una cresta de acero almenado.
En estos parajes se encuentra un objeto extraño que no sabemos si debe divertirnos o inquietarnos: su forma masiva y severa de acero brillante peinada con mármol negro reposa sobre puntos de apoyo paradójicos, pero sólidos y anticipa una doble punta aguda. La confusión o la sonrisa provienen únicamente de esas formas perentorias en apariencia, que hacen pensar en la ciencia ficción pobre o en las máquinas de guerra de la época del futurismo. Enrique Villa Ramírez ya había detectado en Vargas cierta afinidad con el movimiento italiano que confirma aquí una apariencia de agresividad, que sin duda, no debe tomarse en serio. El título otorgado por el artista nos puede iluminar: Doríforo (2005). Esto suena como el conocido escarabajo nocivo, o alguna otra bestia misteriosa, pero es una pista falsa ya que la palabra aquí está en masculino. Si recordamos la cultura clásica del artista, podemos, si así queremos, buscar otras claves posibles. Doríforo proviene del griego doru (Ianza) y phoros (quien la porta) y significa portador de la lanza. Es el nombre que llevaban ciertos soldados romanos y también dado a una escultura célebre de Policleto, la cual representa a un atleta empuñando una lanza. Este título conferido por el artista solo enfatiza lo que implica su escultura: simplicidad formal, fortaleza, con un toque intimidatorio, el equivalente exacto de lo que admite el atleta del antiguo escultor.
Muy cerca de ahí, la antítesis de lo anterior es propuesta por una versión de Mitra (2012), un pequeño monolito semi-abierto de alabastro soportado por una modesta base que se percibe voluntariamente convencional. Su apariencia hace recordar el tocado de un obispo, pero, como la mayoría de las formas fundamentales de Vargas, es un signo polisémico que evoca tanto a una semilla que se abre, un capullo de flor, una concha bivalva, un tulipán, de acuerdo con el deseo del observador interesado en una aproximación realista. Encontramos una versión de mármol negro en una escultura con una base triple en mono bloque de acero que la sostiene y hace su forma mitral biomórfica cerca de un par de sólidos oblongos estrictamente geométricos y de un mármol idéntico. Nuevamente esta vez, el título nos remite a la antigüedad greco-romana. La piedra de Saturno en el monte Helicón. Esa piedra de Saturno podría ser un mineral proveniente del planeta Saturno, pero más bien se refiere a la leyenda mitológica que desea que Cibeles hubiera envuelto una piedra en lugar de sus dos hijos que su esposo quería devorar. Y quizás hace falta ver a Júpiter y Juno en los dos monolitos sobre el otro pedestal. ¿Pero el monte Helicón? Fue en Grecia, la agradable estancia de las Musas, repleta de estatuas y altares, entre manantiales, sobre la cual se erguía un templo dedicado a Zeus-Júpiter. Podemos así continuar soñando juntos formas y leyendas, o incluso contemplar sin historia el juego de volúmenes, líneas, proporciones, materiales, colores, variaciones de su brillo y su curva según los puntos de vista donde se coloque el observador.
Finalmente, discretamente central, una gran Mitra de mármol negro más antigua (2002), sostiene sobre bases escalonadas su única forma primordial, sin rodeos, un betilo sagrado o una de esas piedras naturales que en el Lejano Oriente nos gusta erigir para la contemplación o la meditación porque son simplemente bellas. Un monolito tan bien realizado que parece no tener peso; Mitra tiene la forma de una mitra colosal aplanada diseñada para ninguna cabeza humana, o bien de una semilla, un brote, una hoja, o hasta un seno, rico de vida, de una idea contenida. No se puede demostrar que esta escultura sea la más importante de la exposición, pero tal vez sea la que más impresiona por su misterio.
Hay en Alberto Vargas una doble atracción que se traduce en formas: la serenidad y el tormento, la ponderación y la impetuosidad. La forma lisa, pura y elusiva de la gran Mitra se opone fundamentalmente a otras creaciones rectas y oblicuas, en ángulos y en puntos que son también signos distintivos de este artista. Así, en diferentes épocas, Santa Lucía (2003), Nimbus (2004), diversos Ypsilon (2007) y Doríforo (2013). Estas obras no son menos ambiguas y no desafían menos al análisis. Aquéllas del tipo Turris davídica (2007), por ejemplo, se presentan como una especie de torres inclinadas asentadas sobre bases desajustadas; están compuestas de puntas dirigidas en sesgo hacia arriba y hacia abajo. Un título latino como éste orienta al observador consciente de los significados de el Cantar de los Cantares (La Canción de Salomón, etc…) donde el rey Salomón alaba a la que ama con comparaciones a veces extraordinarias: “Tu cuello es como la torre de David, / Edificado para ser un arsenal; / Mil escudos están ahí suspendidos, / Todos los escudos de los héroes” (capítulo 4,4). Si esta Torre de David es como un cuello femenino, la escultura de Vargas sobrepasa el sentido literal bíblico transformando una construcción defensiva en un arma de las más ofensivas. ¿Debemos imaginarnos en las puntas de la escultura la cruel transposición de la reticencia fingida o real de la amada? ¿A los ancianos no les gustaba ver en el amor una pelea? El arte es también un combate. Sobre todo para el escultor que enfrenta material rebelde. “Esculpe, lima, cincel; / Que tu sueño flotante / Se selle / ¡En el bloque resistente! “ recomendaba en otros tiempos Teófilo Gautier.
Vargas a veces se complació en introducir materiales insólitos dentro de sus esculturas, así, dentro de la serie de pequeños relieves en trabajo redondo, tales como Ruby (2007-2008), donde las piedras pequeñas de rubí se asocian con simples sólidos geométricos de alabastro o de acero. El conjunto Las cuatro estaciones (2008) se muestra más bien como un collage en la medida en que cada estación se adorna de objetos rescatados (hilos metálicos, piedras de lapislázuli o una de moneda de plata), en un recuerdo discreto de un dadaísmo barroco. El más sobrio de estos relieves, Verano, se presenta como una máscara de cobre bellamente oxidada terminada con mármol negro que recuerda la nariz curva del Chac, antiguo dios mexicano de la lluvia.
Una de las investigaciones plásticas más curiosas de Vargas lo llevó a crear una obra muy singular, Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas (2010), probablemente en alusión a un sentimiento de renacimiento después de un incidente de salud del artista. Un poco alejada de las otras, la obra asocia el acero, el mármol, el alabastro, la hoja de oro y la cera (bajo la forma de cuatro velas). Es una especie de pequeño altar asimétrico que consta de geometrías sólidas jugando con el contraste de materiales y colores, un ex voto abstracto que subraya la presencia de velas ardiendo lentamente en su función de luces nocturnas.
A lo largo de los años Vargas no ha renunciado a cuestionar la verticalidad: no obstante, esa constancia ha seguido una evolución. El Doríforo que hemos visto masivo e imperioso en 2005, regresa ocho años más tarde en una alta columna delgada en equilibrio imposible, sobre un bloque ostensiblemente inclinado y resbaladizo que instaura una sensación de fragilidad. ¿Es el atleta griego más que un cuerpo de escarabajo, con una lanza más pesada que él? Las formas plásticas son más fuertes que los motivos originales. El mismo año 2013 aparece un Cálamo en acero inoxidable, primera propuesta de diversas variaciones: surgiendo de una especie de rizoma esférica que se balancea imprudentemente sobre una base escarpada, una forma rectilínea alta finalmente desdoblada, más o menos densa en algunas partes, el pie-tallo más o menos abultado, eventualmente portador de una forma ovalada como de un fruto. El año 2016 verá el nacimiento de versionas donde entrarán el acero, el alabastro, la hoja de oro o de plata. Mientras que la parte en acero es un recuerdo lejano de las primeras columnas de tipo Estípite, la base se ha multiplicado en elementos más pequeños, pero de material rico, salidos de él como de un bulbo. Ese mismo año también marca la aparición de híbridos de estas cañas que el artista bautizó con una palabra latina, Calamus, que todavía es una caña y que se puede utilizar como flauta, pluma o cualquier objeto utilitario. La base tomó la forma de un sólido regularmente más geométrico, mitral, del cual salen los tallos. Calamus 2 se compone de dos tallos de caña encaramados de esa manera, el más pequeño recubierto de hoja de oro, el más grande en acero inoxidable que lleva un ovoide blanco y puro, ambos apoyados en lugar de fijarse a la base de alabastro: una pareja serena, estable a pesar de un equilibrio difícil de concebir. Ya sea que uno sea tentado por una visión antropomórfica o simplemente por deleite abstracto, un significado exacto siempre nos evadirá. Por mi parte pienso en tres versos de Calamus de las Hojas de hierba de Walt Whitman:
Here the frailest leaves of me and yet my strongest lasting,
Here I shade and hide my thoughts, I myself do not expose them,
And yet they expose me more than all my other poems.
A pesar de un temperamento fundamentalmente clásico que puede haberlo limitado un poco, vemos a veces en Vargas escapes en el Barroco. Anteriormente, tentado por lo fantástico (Quimera, 2000, alabastro) después las máquinas oníricas (Carromato Tamariz, 2008, acero y mármol), el mundo vegetal o animal terminó por aportarle figuras nuevas. En un espacio aislado, una silueta oscura, desgarbada, se desprende sobre un fondo blanco y azulejos rojos, el Insecto (2014, acero y mármol) impresiona por su realismo inverosímil. Lejos de copiar o de imitar a cualquier artrópodo conocido, éste tiene tan solo dos patas asimétricas, una de las cuales desproporcionadamente larga e incapacitante, ¡empuja una bola de mármol!
El año siguiente, Mercuriana es una negación tortuosa de la sobriedad y de la racionalidad. Los elementos barrocos bárbaros como bobinas retorcidas contrastan con una especie de fruta grande y lisa, sugerencia de una botánica de metal en contradicción con la rectitud de un eje terminado por una flecha de geometría estricta; rematada en piedra de ojo de tigre, devuelve el orden al costo de la galanura manierista que el artista no teme. El mismo principio de contraste se encontrará en Ménalque vagabond (2018, acero inoxidable). Esta obra sugiere menos la planta, que una máquina punitiva como la de La Colonia penitenciaria de Franz Kafka. Su horca con dos dientes filosos parece susceptible a imprimirse en la piel por pinchazos una ley y un orden superiores, amenaza tácita a la que el artista no nos ha acostumbrado. Indudablemente, él mismo tiene razones personales que no caen bajo el capricho y que uno sospecha sin ser capaz de imaginar nada en el título francés (y latino) que da a la obra. Quien no adivine lo que teme un Ménalque humillado, desposeído según el poema de Virgilio, no ve en ello más que una fantasía surrealista. De todos modos, está claro que es una forma de que Vargas tome cierta distancia sin rechazarla, con el severo rigor de las variaciones de Vestal, Estípite, Herma…
Finalmente, notamos en un Calamus bleu muy reciente, la introducción de un material y una técnica a las cuales Vargas le había prestado poca atención, el bronce. Sus materiales predilectos, acero y mármol, están aquí subordinados al bronce. Al hacerlo, abandona el pulido impecable de sus obras anteriores y aporta a la nueva obra otra textura, un grano visible y casi perceptible sin siquiera tocarlo. En resumen, sin negarse a sí mismo, sin prohibirse nada, el artista está perpetuamente en una fase de transición e invención. Y estamos esperando lo que seguirá.
No olvidaremos la parte monumental de la obra de Alberto Vargas, destinada al espacio urbano y por lo tanto desproporcionada a tener lugar dentro de una exposición. Ya hemos mencionado, por ejemplo, la hermosa e impresionante Herma Estípite. Tenemos una muy buena idea de su trabajo situado en la calle con la gran estrella de acero instalada frente a la Pinacoteca de Nuevo León. Al interior, cerca del Insecto, se encuentra Germinal (1998, acero corten), dispersas como semillas arrojadas sobre la marcha, son visibles a la sombra de las arcadas o al aire libre entre las plantas. También son recordatorio de sus hermanas de mayor tamaño, que se encuentran en otros jardines, entre los árboles y las flores, o particularmente agradable, en las escaleras del edificio Avalanz: sobre peldaños de granito, enormes semillas de acero corten que se abren listas para liberar vida, nutridas por el agua que fluye en cascadas que cantan discretas y las hace existir, palpitar. El artista muestra, así como la vida, la nuestra o cualquier otra, está en todas partes, incluso en el acero más duro –se dice que Pitágoras afirmaba, que todo lo que existe, está vivo. Guillermo Sepúlveda, el primero e inquebrantable defensor del escultor, escribió hace ya más de 20 años: Vargas desea “evocar espacios ideales más allá del horizonte de nuestra visión.” También pensamos en los proyectos que solo pueden mencionarse muy brevemente. Conozco al menos uno, diseñado en 2007, destinado para el Paseo de la Mujer Mexicana. Al final del eje atravesando un parque de espirales ajardinadas, se debía erguir una estrella de acero inoxidable muy alta, una Portadora de la luz, digno homenaje a la valentía de las mujeres mexicanas, pero quizás demasiado franca, audazmente obvia, para una mirada de otra época. El artista mantiene la confianza. Al igual que la naturaleza salvaje o domesticada, la arquitectura urbana y la escultura no son áreas separadas para Alberto Vargas. Los hombres viven allí, los hombres viven de ellas.
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VINGT ANS D’ALBERTO VARGAS
Serge Fauchereau
Dès la rue une structure d’acier étoilée se dresse sur trois pattes et lance vers le ciel deux antennes élégamment acérées et cependant dénuées de menace. Essentiellement dynamique, elle interpelle sans contraindre ; elle intrigue par ses formes inhabituelles, signe qu’on est à l’orée d’un monde jamais vu, insolite et cordial. Le sculpteur Alberto Vargas y présente une sélection rétrospective de plus de vingt années de travail. L’installation n’est pas absolument chronologique, ce qui rappelle que l’œuvre d’un artiste est une mais qu’elle ne se développe pas sans allers et retours. Le regardeur est ainsi libre, lui aussi, d’aller et venir à son gré.
Non loin de Santa Lucia (2003), grande étoile à sept pointes en acier inoxydable, un Ypsilon de 2008 assure d’emblée la transition entre le Nimbo (2004) de la rue et ce qui va suivre : lui-même est une flèche d’acier à plusieurs pointes contradictoires, maintenue droite par ce qui pourrait être un socle mais se révèle être un fragment de plan courbe. Ce sont justement des plans verticaux courbes qui constituent les deux Tassos de marbre de 1997, pièces les plus anciennes de l’exposition où la première vocation architecturale de l’artiste est encore sensible : l’un, étroit, constituerait une colonne s’il était cylindrique mais l’arrondi se révèle un arc de cercle ; l’autre, beaucoup plus large serait un petit pan de mur concave ; or l’un et l’autre sont si évidemment des sculptures qu’ils sont parfaitement achevés et non pas posés mais ostensiblement imposés par un socle ouvragé en plinthes étagées. On est alors devant deux objets nets, simples, complets.
En se retournant on peut voir à contre-jour dans l’encadrement de l’entrée la silhouette surprenante et légère du Nimbo de l’extérieur, se détachant contre le ciel et la confusion des contours et des couleurs de l’espace quotidien. On reconnaît l’imperturbable présence de la sculpture comme un ordre, une certitude juxtaposée à l’erratique familier.
L’œil est enfin retenu par des colonnes. Elles ont d’abord été la préoccupation distinctive de Vargas, par laquelle on l’a caractérisé (dès 1995 il en créait en argent). En fait, on en trouvera de formes très diverses tout au long de sa carrière. Depuis la nuit des temps, c’est une forme primordiale qui se décline à l’infini : menhirs, obélisques, tours, ziggourats, pylônes, pilastres, architectones suprématistes… On a toujours ressenti une autorité dans toute forme verticale imposant un suspens du mouvement et de la pensée. Depuis toujours, partout à travers le monde, les hommes ont dressé des pierres et, plus tard, ils ont bâti des tours, des colonnes et des colonnades dans leurs constructions majeures. Il y entre autant d’irrationnel que de considérations matérielles – et l’esthétique se situe entre ces deux pôles. Les meilleurs commentateurs de l’œuvre de Vargas n’ont pas manqué de s’y arrêter, chacun selon son tempérament et ses idées. Alberto Ruy-Sánchez y a souligné « une aspiration à la transcendance », Luis Ignacio Sáinz s’est précisément référé à la cathédrale de Mexico – ses doubles rangées de colonnes cannelées qui supportent les voûtes. Prolongeant dans l’espace et le temps une même idée babélienne implicite, Jaime Moreno Villarreal a justement évoqué les gratte-ciel – encore ne connaissait-on pas encore la Jeddah Tower au Moyen-Orient qui doit avoir 200 étages et un kilomètre de haut, mais, dans ce cas, le regard s’adressera moins à la plastique architecturale qu’à la démonstration de puissance. Les Estípites que Vargas a créés en 1995-2003 ne souhaitent rien d’autre qu’être des œuvres d’art, toujours monumentales, qu’elles fassent 12 centimètres ou 12 mètres de haut comme la spectaculaire Herma Estípite de l’Edifice Martel à San Pedro Garza García.
On ne parle de colonne à propos de Vargas que par commodité de langage. Les siennes ne sont pas cylindriques ; leur base et leur section est triangulaire, rectangulaire ou polygonale plus ou moins complexe. En observant les estípites dont le fût va diminuant peu à peu vers le haut (l’un d’eux, en acier corten, se nomme Monte Athos, du nom de ce groupe de monastères grecs réputés peu accessibles), on remarque qu’ils s’élèvent en l’absence d’aucun socle selon un nombre variable de paliers, et l’un reposant même sur une plaque d’acier carrée. Leur partie la plus haute et donc la plus petite comporte deux fentes reliant deux faces de la partie frontale – car il s’agit bien d’une orientation frontale qui les distingue d’une colonne ordinaire. Cette frontalité n’est pas moins évidente dans divers Ziggurats. Ce seul fait appelle à l’esprit une silhouette humaine stylisée, comme un atlante ou une caryatide géométriques libérés d’un quelconque fardeau. Un totem moderne ? un repère ? un garde ? l’effigie d’un être surnaturel ? L’artiste ne tranche pas. Toujours sans plus d’anthropomorphisme, la suggestion s’accroît lorsque plusieurs sont côte à côte, trois de la même taille mais de métaux différents, et plus encore lorsque deux sont indissociablement soudés entre eux, formant ainsi une manière de couple, par exemple Herma Tiranicida (laiton, 2001). L’un des plus singuliers, de 2005, il est constitué de deux de ces colonnes en acier inoxydable montées sur un socle tronconique, or l’une n’y repose pas, étant supportée par l’autre à laquelle un seul point la retient. Cet équilibre apparemment précaire séduit l’œil. Son côté légèrement facétieux n’échappe pas même à qui ne prête pas attention au titre de l’œuvre, Eneas, du nom du héros grec qui fuyait Troie en portant son père. La sculpture fonctionne quoi qu’il en soit ; toutefois le clin d’œil aux personnages de Virgile apporte un petit supplément d’humour. Mais attention : la suggestion, figurative ou autre, est de la responsabilité du regardeur. Vargas est un sculpteur, et non pas un statuaire.
Certes, on a vu Vargas nourri de culture classique. Qu’elle soit grecque, latine, gothique ou baroque, il n’en retient que ce qui convient à son projet. Il ne reniera jamais cette source mais elle n’est pas la seule. Non loin du classicisme des colonnes et en contraste avec elles, on observe des sculptures basses, d’une stabilité incontestable, par exemple Ampala (2006). Dans ce cas, clairement, l’œuvre surgit des lointains d’une antique architecture du Mexique : une pyramide en escalier sur un cône de marbre sombre et surmontée de constructions moins classiques, comme ces pyramides des anciens Mexicains que les conquérants ont coiffées de leurs propres temples. Ici le réalisme affleure. Pourquoi pas ? Qu’il soit très figuratif ou radicalement abstrait, Malévitch reste le même artiste rigoureux, comme Giacometti élaborant des structures surréalistes ou s’efforçant de capter le secret d’un visage reste le même créateur tourmenté. Le connaisseur de l’œuvre antérieure de Vargas est surpris par les formes nouvelles d’Ampala ou du Jardin d’Epicure (2005) qui font songer à des maquettes et à ces petites reproductions de temples disparus que découvrent parfois les archéologues. Elles apportent aussi des innovations formelles telles que l’éventuel abandon des lignes et des formes orthogonales. Par ailleurs, l’association de matières très solides (métal, pierre dure) peut faire place à une confrontation entre le commun acier industriel d’une résistance éprouvée et la noble blancheur de l’albâtre fragile. Mais l’art d’un artiste ne consiste-t-il pas aussi à élever à un même niveau de qualité tous les matériaux, quels qu’ils soient ? Ainsi les anciens peuples américains sculptaient-ils avec de l’obsidienne ou des plumes, de l’or ou de la glaise. On voit cette pratique éclectique perpétuée par les grands sculpteurs modernes du Mexique qui, de surcroît, reprennent volontiers la thématique méso-américaine sans imitation facile, sans admiration servile ; car la vraie tradition ne perdure qu’avec certains égards, au prix de transformations réfléchies. C’est ainsi que Germán Cueto poursuit la tradition du masque, que Federico Silva parvient à dialoguer avec la sculpture solaire ou secrètement funéraire, que Manuel Felguérez répond au tzompantli avec un mur de calaveras au Musée National d’Anthropologie. A son tour, Alberto Vargas, non moins respectueux de l’art et de l’histoire peut interroger une pyramide ou le site de la Venta ou dans un Tlalocán (2008) imaginer l’entrée du verdoyant paradis de Tlaloc surmontée d’une aigrette d’acier crénelé.
Dans ces parages se trouve un étrange objet dont on ne sait si l’on doit s’amuser ou s’inquiéter : sa forme massive et sévère d’acier luisant coiffée de marbre noir repose sur des points d’appui paradoxaux mais solides et avance une double pointe aiguë. Le trouble ou le sourire ne viennent que de ces formes d’aspect péremptoire qui font songer à de la pauvre science-fiction ou à ces machines de guerre de l’époque du futurisme. Enrique Villa Ramírez avait déjà décelé chez Vargas certaine affinité avec le mouvement italien que confirme ici un semblant d’agressivité qu’il ne faut sans doute pas prendre au sérieux. Le titre donné par l’artiste peut-il nous éclairer : Doríforo (2005) ? Cela sonne comme le coléoptère nuisible bien connu ou bien quelque autre bête mystérieuse, mais c’est une fausse piste car le mot est ici masculin. Si l’on se souvient de la culture classique de l’artiste, on peut, si l’on y tient, chercher d’autres clés possibles. Doríforo vient du grec doru (lance) et phoros (qui porte) et signifie porteur de lance. C’est le nom que portaient certains soldats romains et que l’on a donné aussi à une célèbre sculpture de Polyclète figurant un athlète brandissant une lance. Ce titre conféré par l’artiste ne fait que souligner ce qu’implique sa sculpture : simplicité formelle, robustesse, avec une pointe intimidante, équivalent exact de ce qu’intime l’athlète du sculpteur antique.
Tout près de là, l’antithèse de ce qui précède est proposée par une version de Mitra (2012), petit monolithe d’albâtre à demi-ouvert que supporte un modeste socle voulu conventionnel. Son apparence rappelle en effet une coiffure d’évêque mais, comme la plupart des formes fondamentales de Vargas, c’est un signe polysémique qui évoque aussi bien une graine qui s’ouvre, un bouton de fleur, un coquillage bivalve, une tulipe, selon le gré du regardeur soucieux d’une approximation réaliste. On en retrouve une version de marbre noir dans une sculpture à triple socle monobloc en acier qui supporte et fait voisiner sa forme mitrale biomorphique avec un couple de solides oblongs strictement géométriques d’un marbre identique. Cette fois encore, le titre renvoie à l’antiquité gréco-romaine. La piedra de Saturno en el monte Helicón. Cette pierre de Saturne pourrait être un minéral venu de la planète Saturne mais renvoie plutôt à la légende mythologique qui veut que Cybèle ait emmailloté une pierre à la place de ses deux enfants que son époux voulait dévorer. Et peut-être faut-il voir Jupiter et Junon dans les deux monolithes sur l’autre socle. Mais le mont Hélicon ? C’était en Grèce le riant séjour des muses, plein de statues et d’autels parmi les sources, au-dessus duquel s’élevait un temple dédié à Zeus-Jupiter. On peut ainsi continuer à rêver ensemble formes et légendes ou, là encore, contempler sans histoire le jeu des volumes, des lignes, des proportions, des matières, des couleurs, les variations de leur brillant et de leur galbe selon les points de vue où se place le regardeur.
Enfin, discrètement central, un grand Mitra de marbre noir plus ancien (2002) dresse sur un échelonnement de socles son unique forme primordiale, sans détours, un bétyle sacré ou l’une de ces pierres naturelles qu’en Extrême-Orient on se plaît à ériger pour la contemplation ou la méditation parce qu’elles sont simplement belles. Monolithe si bien façonné qu’il semble n’avoir plus de poids, Mitra affecte la forme d’une mitre colossale aplatie conçue pour aucune tête humaine, ou bien d’une graine, un bourgeon, une feuille ou même un sein, riche d’une vie, d’une idée contenue. On ne saurait démontrer que cette sculpture est la plus importante de l’exposition, mais c’est peut-être celle qui par son mystère impressionne le plus.
Il y a chez Alberto Vargas une double attirance qui se traduit en formes : la sérénité et le tourment, la pondération et l’impétuosité. La forme lisse, pure, insaisissable de la grande Mitra s’oppose fondamentalement à d’autres créations tout en droites et obliques, en angles et en pointes qui sont aussi des signes distinctifs de cet artiste. Ainsi, à différentes époques, Santa Lucia (2003), Nimbus (2004), divers Ypsilon (2007) et Doriforo (2013). Ces œuvres ne sont pas moins ambiguës et ne défient pas moins l’analyse. Celles qui sont du type Turris davidica (2007), par exemple, se présentent comme des sortes de tours penchées assises sur des socles désajustés ; elles sont constituées de pointes dirigées de biais vers le haut comme vers le bas. Un titre latin comme celui-ci oriente l’observateur soucieux d’un sens vers Le Cantique des Cantiques (El Cantar de los Cantares, The Song of Solomon, etc.) où le roi Salomon fait la louange de celle qu’il aime avec des comparaisons parfois extraordinaires : « Ton cou est comme la tour de David, / Bâtie pour être un arsenal ; / Mille boucliers y sont suspendus, / Tous les boucliers des héros » (chapitre 4, 4). Si cette tour de David est un cou féminin, la sculpture de Vargas dépasse le sens littéral biblique en transformant une construction défensive en arme des plus offensives. Faut-il imaginer dans les pointes de la sculpture la transposition cruelle des réticences feintes ou réelles de l’aimée ? Les anciens ne se plaisaient-ils pas à voir dans l’amour un combat ? L’art est aussi un combat. Surtout pour le sculpteur qui affronte la matière rebelle. « Sculpte, lime, ciselle ; / Que ton rêve flottant / Se scelle / Dans le bloc résistant ! » recommandait autrefois Théophile Gautier.
Vargas s’est quelquefois plu à introduire des matières insolites dans ses sculptures, ainsi dans une série de petits reliefs en ronde bosse tels que Ruby (2007-2008) où de petites pierres de rubis sont associées à de simples solides géométriques d’albâtre ou d’acier. La suite Las cuatro estaciones (2008) relève plutôt du collage dans la mesure où chaque saison s’orne d’objets de récupération (fils métalliques, pierres de lapis-lazuli ou pièce de monnaie d’argent), en un discret souvenir d’un dadaïsme baroque. Le plus sobre de ces reliefs, Verano, se présente comme un masque de cuivre joliment oxydé complété de marbre noir rappelant le nez recourbé de Chac, ancien dieu mexicain de la pluie.
L’une des plus curieuses investigations plastiques de Vargas l’a mené à créer une œuvre très singulière, Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas (2010), vraisemblable allusion à un sentiment de renaissance après un accident de santé de l’artiste. Un peu à l’écart des autres, l’œuvre associe l’acier, le marbre, l’albâtre, la feuille d’or et la cire (sous la forme de quatre bougies). C’est une sorte de petit autel dissymétrique constitué de solides géométriques jouant du contraste des matières et des couleurs, un ex-voto abstrait que souligne la présence de bougies brûlant lentement dans leur rôle de veilleuses.
Au fil des années Vargas n’a pas renoncé à interroger la verticalité ; toutefois, cette constance a suivi une évolution. Le Doriforo qu’on a vu massif et impérieux en 2005 revient huit ans plus tard en haute et fine colonne en équilibre impossible, sur un bloc ostensiblement pentu et glissant qui instaure un sentiment de fragilité. L’athlète grec n’est-il plus qu’un corps de coléoptère, avec une lance plus lourde que lui ? Les formes plastiques sont plus fortes que les prétextes originaux. Cette même année 2013 apparaît un Cálamo en acier inoxydable, première proposition de diverses variations : s’élevant d’une sorte de rhizome en boule imprudemment en équilibre sur une embase escarpée, une haute forme rectiligne finalement dédoublée, plus ou moins épaissie par endroits, le pied-tige plus ou moins renflé, éventuellement porteur d’une forme ovale comme un fruit. L’année 2016 verra naître des versions où entreront acier, albâtre, feuille d’or ou d’argent. Alors que la partie en acier est un lointain souvenir des premières colonnes de type Estípite, le socle s’est démultiplié en éléments plus petits mais de riche matière, sortis de lui comme d’un bulbe. Cette même année marque également l’apparition d’hybrides de ces roseaux que l’artiste a baptisé d’un mot latin, Calamus qui est encore un roseau et peut servir de flûte, de plume à écrire ou quelconque objet utilitaire. La base a pris la forme d’un solide plus régulièrement géométrique, mitral, d’où partent les tiges. Calamus 2 comporte deux tiges-roseaux ainsi perchées, la plus petite recouverte de feuille d’or, la plus grande en acier inoxydable portant un ovoïde lilial, l’une et l’autre accotées plutôt que fixées à l’albâtre de la base : un couple serein, stable en dépit d’un équilibre difficile à concevoir. Qu’on soit tenté par une vision anthropomorphique ou par la seule délectation abstraite, un sens exact échappera toujours. Je songe pour ma part à trois versets de Calamus des Feuilles d’herbe de Walt Whitman :
Here the frailest leaves of me and yet my strongest lasting,
Here I shade and hide my thoughts, I myself do not expose them,
And yet they expose me more than all my other poems.
En dépit d’un tempérament fondamentalement classique qui le contraint peut-être un peu, on voit parfois chez Vargas des échappées dans le baroque. Autrefois tenté par le fantastique (Quimera, 2000, albâtre.) puis les machines oniriques (Carromato Tamariz, 2008, acier et marbre), le monde végétal ou animal a fini par lui apporter des figures nouvelles. Dans un espace à l’écart, sombre silhouette dégingandée se détachant sur un fond blanc et un carrelage rouge, l’Insecto (2014, acier et marbre) impressionne par son invraisemblable réalisme. Bien loin de copier ou d’imiter si peu que ce soit aucun arthropode connu, celui-ci n’a que deux pattes dissymétriques dont l’une, démesurément longue et handicapante, pousse une boule de marbre !
L’année suivante, Mercuriana est un déni tortueux de la sobriété et de la rationalité. Des éléments baroques tarabiscotés tels que des enroulements en vrille contrastent avec une sorte de gros fruit lisse, suggestion d’une botanique de métal en contradiction avec la rectitude d’une hampe terminée par une flèche de stricte géométrie ; celle-ci, en pierre d’œil-de-tigre, ramène l’ordre au prix d’une préciosité maniériste que ne craint pas l’artiste. Le même principe de contraste se retrouvera dans Ménalque vagabond (2018, acier inoxydable). Cette œuvre suggère moins le végétal qu’une machine punitive comme celle de La colonie pénitentiaire de Franz Kafka. Sa fourche à deux dents aiguës paraît susceptible d’imprimer dans la peau par piqûres une loi et un ordre supérieurs, non-dit menaçant auquel l’artiste ne nous a pas habitués. Sans aucun doute a-t-il lui-même des raisons personnelles qui ne relèvent pas du caprice et qu’on soupçonne sans pouvoir rien imaginer dans le titre français (et latin) qu’il donne à l’œuvre. Qui ne devine pas ce que peut craindre un Ménalque dépossédé selon le poème de Virgile risque de n’y voir qu’une fantaisie surréaliste. Quoi qu’il en soit, il est clair que c’est une manière pour Vargas de prendre quelque distance sans la rejeter avec la rigueur sévère de variations Vestal, Estípite, Herma...
On remarque enfin dans un Calamus bleu tout récent l’introduction d’un matériau et d’une technique auxquels Vargas avait prêté peu d’attention, le bronze. Ses matériaux de prédilection, l’acier et le marbre, se voient ici subordonnés au bronze. Ce faisant, il renonce à l’impeccable poli de ses œuvres antérieures et apporte à l’œuvre nouvelle une autre texture, un grain visible et quasiment sensible sans même le toucher. Bref, sans se renier, sans rien s’interdire, l’artiste est perpétuellement dans une phase de transition et d’invention. Et nous attendons ce qui suivra.
On se gardera d’oublier la partie monumentale de l’oeuvre d’Alberto Vargas, destinée à l’espace urbain et donc hors de proportion pour prendre place dans une exposition. On a déjà mentionné, par exemple, la belle et impressionnante Herma Estípite. On a une idée assez juste de son travail pour la rue avec la grande étoile d’acier installée devant la Pinacoteca de Nuevo León. A l’intérieur, près de l’Insecto, quelques graines Germinal (1998, acier corten), dispersées comme des semences jetées à la volée sont visibles à l’ombre des arcades ou à l’air libre parmi les plantes. Elles sont là également comme rappels de leurs sœurs de plus grand format qui se trouvent ailleurs dans des jardins parmi les arbres et les fleurs ou, de façon particulièrement plaisante, dans l’escalier de l’Edifice Avalanz : sur des marches de granit, d’énormes graines d’acier corten qui s’entrouvrent, prêtes à libérer la vie, nourries par l’eau qui s’écoule en cascades discrètement chantantes et les fait exister, palpiter. L’artiste montre ainsi que la vie, la nôtre ou n’importe quelle autre, est partout, même au sein du plus dur acier – Pythagore prétendait, dit-on, que tout ce qui existe est vivant. Guillermo Sepúlveda, premier et indéfectible défenseur du sculpteur, l’a écrit il y a plus de vingt ans : Vargas veut « evocar espacios ideales más allá del horizonte de nuestra visión » (évoquer des espaces au-delà de l’horizon de notre vision). On songe aussi à des projets qu’on ne peut qu’évoquer très brièvement. J’en connais au moins un, conçu dès 2007, destiné au Paseo de la Mujer Mexicana. A l’extrémité de l’axe traversant un parc paysagé en spirale devait se dresser une très haute tour étoilée en acier inoxydable, une Portadora de la luz, digne hommage au courage des femmes mexicaines mais peut-être trop franc, trop hardiment évident pour un regard d’un autre âge. L’artiste garde confiance. Comme la nature sauvage ou domestiquée, l’architectonique urbaine et la sculpture ne sont pas des domaines distincts pour Alberto Vargas. Des hommes y vivent, des hommes en vivent.
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DE LA OBRA VERTICAL DE
ALBERTO VARGAS
•
Alberto Ruy Sánchez
De entrada me inquieta muy favorablemente la presencia de estas obras verticales entre los árboles y arbustos de un jardín. De manera discreta pero con carácter fuerte estas columnas o torres son significativas: nos dicen sutilmente muchas cosas y, antes de nada, que el jardín es también una creación humana igualmente deliberada y artística.
Sus ángulos rectos contrastan con la naturaleza pero también la impregnan de su fuerza. Son una leve marca de identidad sobre la piel del jardín. Como un lunar sutil e imposible, creado. Un lunar que enfatiza la belleza de un rostro, de un cuello. Estas esculturas distinguen y condimentan: hacen único lo que parece naturaleza común.
Entre los árboles o simplemente sobre un prado crean un ámbito: un espacio que se siente dentro de otro espacio. No como un muro que encierra hacia adentro sino como una presencia que irradia fuerza sensible hacia afuera, a su alrededor.
Y esa irradiación nos impacta porque no es ajena a nuestros cuerpos. No está sólo en el exterior sino dentro de nosotros. Como una piedra lanzada sobre la superficie del agua, estas obras se dejan descubrir de pronto por nuestra vista capturándola como si nosotros mismo fuéramos parte del agua donde su círculo se extiende.
La aparente sencillez clásica de estas columnas enfatiza así nuestra participación en la percepción de la obra, nuestra parte en el acto de mirarlas con todos los sentidos, de gozar su presencia con todo lo que tienen de geometría inmediata pero también de revelación y de misterio.
En otro ámbito, como escultura urbana, entre edificios, las columnas de Alberto Vargas ven enfatizada proporcionalmente su discreción pero sin disminuir su verticalidad y su presencia poética. Tal vez incluso haciéndola más intensa, por contraste. A la vez las esculturas irradian su alegría lúdica hacia los edificios: enfatizan el carácter estético de la arquitectura que las rodea, por si alguien olvida que cada edificio es también una obra de arte. Que en los edificios las texturas son intencionadas, que sus líneas pueden ser funcionales y a la vez bellas. Que la contemplación de un conjunto arquitectónico no debe ser excluida en nombre de su necesaria funcionalidad. Que lo inesperado de la creación estética también puede estar naturalmente en la composición de un edificio. Entre los muy originales y bellos edificios de Agústín Landa las obras de Alberto Vargas han ejercido su poder estético sabiendo erigirse como si la ciudad fuera su casa y han sido capaces de transformarse hasta en semillas si es necesario. El arquitecto, dándole al escultor la oportunidad de crear una nueva presencia estética, una extensión de su escultura, recibe de él el condimento fuerte y transformador de sus obras.
El mismo efecto de crear un ámbito de excepción producen dentro de una casa. Pero por otras razones. Extrañamente, no compiten con cuadros o con otro tipo de esculturas. Su presencia parece situarse deliberadamente en una zona intermedia entre la arquitectura más directamente funcional y la obra transplantada del estudio del pintor a la casa.
Como si, perteneciendo claramente a la familia y a la cultura de la creación artística, estas esculturas fueran los parientes que mejor hablan el lenguaje de muros y puertas y ventanas y terrazas. En la casa son así obras naturalmente bilingües. No aprendieron a hablar arquitectura, nacieron hablándola.
Y uno de los efectos de la naturaleza doble de estas esculturas es que tienden a la discreción enfatizada. Como si en su interior llevaran escrito el famoso mensaje de Oscar Wilde: “La elegancia máxima está en acercarse de vez en cuando, pero no siempre, a la invisibilidad”.
Cuando las vemos con detenimiento son apariciones radiantes, cuando no las vemos con fijeza son parte indisoluble, pero clara, del jardín o el edificio o de la casa. En esa intermitencia está una buena parte de su misterio y de su fuerza como obras de arte.
Otra se debe al hecho simple, incontrovertible, de que estas columnas y torres son formas arquetípicas. Es decir, pertenecen al lenguaje milenario de formas recurrentes en la creación humana. Formas que son lenguaje fuerte porque son producto de la imaginación simbólica de todos los tiempos.
Siempre late en ellas el deseo de verticalidad, de levantarse hasta el cielo, de conmemorar lo excepcional que surge de la tierra: hombres y mujeres notables, hechos inolvidables. La torre y la columna son símbolos claros de la aspiración humana a la trascendencia, es decir, a ir más allá de nosotros mismos, de nuestros límites naturales. Querer rascar los cielos es humano. La torre es la puerta de los cielos. Pero es también lo que nos ayuda a recibir su gracia. La columna es el eje entre lo humano y lo sagrado. Hasta en la arquitectura es soporte de la materia y vínculo entre dos niveles distintos. Más a fondo es el árbol de la vida, el triunfo contra la muerte y el olvido: erección abstracta de las potencias que afirman la vitalidad.
La historia de las civilizaciones está llena de apasionantes renacimientos de la torre y la columna. Son innumerables las referencias históricas y hasta mitológicas que pueden hacerse. Retengamos por lo pronto tan sólo el valor simbólico básico que siempre encierran y manifiestan: la torre y la columna son signos claros de la antigua y permanente aspiración humana de dotar a la materia de riqueza espiritual, de añadir a lo visible lo invisible.
En varios diccionarios de símbolos se cita un poema de Paul Valery, Cántico de las columnas, como síntesis de su valor simbólico. El poema es tan arquetípico que podría haber sido hecho para la obra de Alberto Vargas y por eso traduzco libremente algunos fragmentos de lo que dicen estas columnas que hablan de sí mismas:
Cantamos a la vez
que cargamos al cielo,
con una voz rara y sabia
hecha tan sólo para los ojos…
Somos hijas de la proporción, de la armonía,
y somos fuertes por las leyes del cielo.
Sobre nosotras desciende y duerme
un dios color de miel:
feliz duerme aquí el Día…
Incorruptibles hermanas,
casi ardiendo, casi frescas,
para bailar elegimos
brisa y hojas secas
y los siglos de diez en diez
y los pueblos del pasado…
Caminamos en el tiempo
y nuestros cuerpos radiantes
avanzan a un paso que no se siente.
Ese caminar que no se siente es también su presencia dentro de nosotros: la suma feliz de su geometría inmediata y material impregnada de su belleza arquetípica.
En una posible y deseada Historia natural de la torre y la columna, la obra de Alberto Vargas ocupa ya un capítulo interesante y original. El del artista que logra sintetizar en sus esculturas muchos de los principios que podríamos llamar “históricos” de esa forma estética vertical pero que, al mismo tiempo, introduce algo radicalmente nuevo con ellas. Es un explorador, casi científico, de sus posibilidades internas pero también de sus posibles sentidos, ámbitos, presencias.
Porque su obra, mucho antes de ser referencia clásica es afirmación de lo posible, geometría en acción. Alberto Vargas no deja de explorar las variables de una forma que otros artistas tal vez hubieran dado ya por explorada. Es un geómetra insaciable. Su curiosidad formal tiene algo de exploración científica, de rigor e imaginación. Explora la vida de las formas verticales y experimenta sus límites, sus posibilidades. Como si se tratara de conocer a fondo una planta rara y sus probabilidades de reproducción entre sus manos. Y su verticalidad, al crecer, al formarse, toma en cuenta los horizontes que habita. Por eso su tridimensionalidad es profunda, va de lo visible a lo invisible, de lo que tocamos a lo que sentimos también con la imaginación.
ElcaminosentimentaldeAlberto Vargas
¿De dónde le llega la creatividad al escultor?, ¿de dónde le viene su universo?, ¿de dónde caen las estrellas o el polvo dorado de la inspiración?
La naturaleza aparece todos los días con la luz de un verde caótico teñido en sombras; compromete a pensar que abarca infinitas tonalidades, invisibles a la visión del hombre. Así se viste la mente futurista del artista, su intelecto; imposible de concluir, o de integrarse al mundo tal y como se le conoce.
Verde, blanco, rojo. Sí, el inspirado se vuelve nacionalista, se va a las entrañas, se pregunta quién es y de dónde viene, de allí, su primera emoción: un trancazo de buena suerte y pertenencia.
Alberto Vargas nace con estrella. De sangre mexicana le atraen los extremos: el acero y la plata, la arena y la madera, el paisaje y el encierro (con un culto a los espacios claustrofóbicos). Es en el retiro donde nacen sus primeros bocetos; traza la izquierda, pule la derecha, y las líneas se intersectan cada vez que busca aclarar un pliegue o sacar un brillo.
Su trabajo está lleno de etiqueta y clasicismo. El movimiento de la pluma le es natural. Se desliza hacia la construcción de nuevas formas, y la tinta toma su circunstancia de vida, su ruta: el crear sobre la aparente simplicidad del algodón y finalmente erguir sobre piedra.
Estoy segura que Alberto, como los gatos, ha vivido siete vidas; es en ésta reencarnación donde ha perfeccionado su trabajo.
Como alquimista, quiere descifrar la materia del universo, y viaja con sus instrumentos para poner forma a lo indescifrable. Torres en cálamo, nace de la nota más alta del cenzontle y de la necesidad de Alberto de crear sus propias especies, ánimas que le den sentido a su mundo interno; como el sonido del sitar, que le da la existencia a la música árabe, la pluma, forma el abecedario de Alberto, su sonido, cante jondo.
¿Cómo poner palabras a las formas? Primero la idea, de allí la semilla, el tronco, las ramas, sus hojas y el fruto. En el ser humano fue primero el rostro, luego, el perfume de su sexo: hombre/mujer. Es un rapto de inconformidad lo que da ganas a la arcilla renacer, recrearse, transformarse; Alberto Vargas sopla con su aliento y cobra vida al polvo, hace erguir templos de nombres propios: Doríforo, Estípite, Nimbo, Turris Davidica, Ampala, Al-hafaza, etc. A cada pieza le regala belleza y una manera de estar de pié. Como cada mujer, cada escultura lleva en su cuerpo su ombligo, su cadera, la longitud de sus piernas, y un incienso. Al finalizar cada una de sus piezas, Alberto las besa, y es entonces cuando en la visión del artista la obra emite voz y dicta su nombre a imagen y semejanza.
Y vio que era bueno en gran manera.
Y fue en la tarde y la mañana del día sexto
y en el séptimo descansó.
Mara Sepúlveda
Alberto Vargas:Many Paths, One Truth
By Salomon Grimberg
For years I have observed the evolution of Alberto Vargas’s sculpture and its recurrent emotional content, sometimes immediate, other times reserved. Even when creating variations of a particular image in search of a different vision, what he transmits is a constant body of thought and feeling. Whether intense or quiet, the source remains the same. Regardless of the many paths on which Alberto Vargas travels, the goal he pursues is the feeling of oneness that one gets from focused attention. Not joy, not suffering, only peacefulness.
Vargas’s work has been puzzling to me since I first saw it over ten years ago. Immediately, I knew better than to describe what was in front of my eyes, because I knew my perception was incomplete, that I should not trust what I was looking at as long as what I sensed remained unclear. It would have been a travesty to readily say that Vargas’s sculpture brings to mind the skyscrapers that gave New York its awe-inspiring skyline in the first third of the twentieth century and leave it there. It would have been worse to address them simply as phallic symbols. Sometimes psychology can get in the way; this would have been one of those times.
However, it is accurate to say that an iconographic source of Vargas’s sculpture is a moment in the work of American sculptor John Storrs, specifically, his stylized “Forms in Space” series. Made of marble or various metals, they mirror the early ultra modern skyscrapers—like the Hampshire House or the Empire State Building—rising unequivocally toward the heavens. But that is as far as their similarity brings them together; for the gap created by their differences is so broad, it cannot be filled. In the end, Storrs remained intellectually interested in Cubism’s fragmentation of space, while Vargas’s spiritual struggle advances form as content.
Noticeably, Alberto Vargas’s work transcends the human condition. Suffering is not available in his work for us to see, not even to intuit: this information he does not share, not in his art anyway. The closest we can come to explaining the reason is by turning to Braque’s dictum, “The painting is finished when the idea is effaced.” That is why, when Vargas exhibits his work, we know it is finished. We do not perceive the personal source from which it emerges, only the purposefulness that has led it to its conclusion.
Initially, one is drawn by the poetic unity of Vargas’s reserved architectural sculptures. As a born architect, long before he studied to become one, his psyche was already programmed to perceive the formal beauty of the world. Exquisitely simple, his sculpture rises proudly, like futuristic structures. Sometimes, by adding anthropomorphic details, he transforms it into Greek herms. These standing rectangular stones, smooth, squared, and tapered to suggest a human form, often bore the carved head of the god Hermes. Initially, they were used as boundary or milestone markers, or displayed in Athens’s agora. Over time, they decorated gardens, an idea later borrowed by the Roman, and much later painted by Old Masters like Nicolas Poussin in scenes of pagan feasts. Instinctively, collectors have acquired Vargas’s sculptures and placed them in garden settings surrounded by plants and flowers, where they appear complementary to their surroundings as in Poussin’s paintings. One cannot readily identify that Vargas’s sculpture is informed by herms, were it not for the insinuated form and gender of these personages bearing no heads. Other times, he transforms them into complementary systems by bringing together male and female or stone and steel; but Vargas’s curiosity goes beyond the reality that one can see. Like treating metal—cold to the touch—to look warm to the eye, or shaping its hardness to look soft. French architect Hector Guimard, famous for his biomorphic Art Nouveau contributions, did this very same thing when, at the turn of the 20th century, he shaped the iron entry to the Paris metro to look organic. But just as Guimard’s “whiplashes” became perverse, Vargas’s herms propose dignity.
The form of Alberto Vargas’s Mitra alludes to a heart cradled on a vertical base of burnished steel, pointing to the sky. From the side—its smooth surface, asking to be caressed—the heart becomes a bud, opening to the world for the first time. Vargas has returned to the subject several times, creating it in different sizes, using different marbles: pure white, black, veined…but retained its essence. Regardless of what stage of development Vargas’s work is in, he comes back to Mitra as one comes home. Over time, Mitra has become the leitmotif with which he identifies.
In order to understand Mitra’s plastic concept, one first needs to refer to Brancusi, the Rumanian sculptor whom Vargas admires. Not that one can readily see a direct influence. No. What one perceives is an assimilated understanding of Brancusi’s vision insinuated by thought. Materials, approached as living substances, propose a state of being, rather than action. Juxtaposed, sculpture and base are conceived as one work. Sculpture—as the final step in achieving the sublime—is photographed with caution to avoid turning it into a lifeless reproduction.
Mitra, as patron divinity of Indic culture, stands for friendship, honesty, and commitment. As a concept, Mitra is equally found in ancient Greece, in Iran, and India. As a polyvalent symbol, its many meanings are interrelated synonyms, implying a purposeful respect among all and everything.
ALBERTO VARGAS
Por Jorge Alberto MANRIQUE
Abril 2004
Las esculturas de Alberto Vargas entrañan una pregunta: ¿de dónde y por qué esos trozos de arquitectura, esas formas erectas? Las piezas pulidas y cuidadamente hechas se antojan modelos que hay que realizar. A veces estas estructuras quisieron ser maquetas.
Lo primero que se observa son unas como bases o zócalos de arquitectura clásica. Semejan pedestales plintos, molduras donde podrían apoyarse columnas o pilastras; pero no hay tales columnas ni monumentos. A poco de mirar, se advierte que no son realmente elementos como los que podríamos encontrar en los tratados arquitectónicos, sólo lo parecen. No son basas ni pedestales, pero lo sugieren. Tal vez en esta sugerencia se da la razón de su obra, el juego de las rectas, las líneas verticales que contrastan con las horizontales.
La condición de estas esculturas es la nitidez de sus formas, el equilibrio de sus volúmenes, la limpidez de sus filos. Los apoyos no dejan ninguna alternativa: no hay rasgos fuera de orden ni hay gestos expresivos. Todo es geométrico, rectilíneo, neto. Sus formas son "claras y distintas".
Las estructuras suelen ser verticales, como plintos o monumentos sin objeto o santuarios sin religión, no son templos ni adoratorios, ni zigurat sin escalinatas. A veces pueden ser zócalos o estilobatos y fustes, como es Vesta, que describe una curva. Otras veces presentan aperturas que pueden insinuar puertas sin habitaciones o cuartos sin hogar; y otras construcciones proponen edificaciones sobre plataformas imposibles.
En algunos casos hay fustes gemelos, como es el Herma tiranicida (acero corten, 2000), que insinúa los pedestales griegos de bustos de Hermes a guisa de mojoneras para delimitar los terrenos y cuidar la propiedad; y estos bustos suelen tener un pedestal en estípite y ostentan un falo, erecto o no; los fustes de esta pieza tienen dos ménsulas geométricas, y hay otro caso en que hay dos estípites que parecen ser un pubis, que claramente alude a las esculturas fálicas de Apolo.
Los esquemas de las esculturas de Vargas pueden ser muy simples (Puerta) o pueden afectar plantas complicadas o perfiles variados. Muchas de sus propuestas se desarrollan en altura, en forma ahusada. Desafía la imaginación, si bien siempre se atiene a lo consabido dentro de los parámetros de lo que le es propio. Su manera de hacer, los recursos que ha empleado, son la elección de Vargas y con él construye su pulcra obra.
Su aventura pasa por los diferentes materiales, pero para afinar los medios que ha frecuentado, es decir, cada material habla y exige un tratamiento propio. El escultor ha practicado el granito con piezas de dos metros (Vesta, 1997); mármoles (Thassos 2, 1997), mármoles y latón (Saturno, 1992); así como el cobre, el acero inoxidable, el acero corten; y también la plata.
Hay unas excepciones a sus formas más comunes. En la obra Germinal, 2000, a la vera de la torre Datafux, ha hecho una fuente. Se trata de una escalinata, cuyos peldaños se cubren con agua y donde ha situado cuatro formas monumentales que recuerdan semillas entreabiertas. Pero el escultor no intentaba competir con la altura y el tamaño del edificio: por eso logró una forma baja y las "semillas" son de grandes dimensiones. Sus estructuras habituales, que se encuentran en varios jardines de Monterrey, resultan contrastantes en ambientes naturales cuidados y se insertan en el paisaje de manera insólita.
En 2002 y 2003 ha variado las estructuras. La escultura Mitra (mármol y acero inoxidable, 2003), en la parte de arriba tiene una forma que insinúa precisamente una mitra; otro ejemplo es Santa Lucía, que es una estrella en el espacio, de 350 centímetros.
En la obra de Alberto Vargas, los perfiles limpios, las estructuras enhiestas, las superficies tersas, los materiales que reclaman fustes y cipos lisos, y los erectos remates de la altura que propone, incluso en las que se rompen las reglas que antes ha fijado, tienen el sentido de añoranza. Evocar y recordar son las palabras claves en su abecedario escultórico. No son edificios ni trazos de edificios, ni tampoco ruinas, pero evocan la antigua arquitectura de los griegos y romanos u otros ámbitos. Estas estructuras fatigan los restos inútiles y, en su pulcritud, sugieren e insinúan esta historia. El escultor propicia ese encuentro con otros mundos. Por eso sus títulos, aunque a veces sibilinos, traen a colación los mitos. Con esos ingredientes, Vargas construye sus sugerencias y nos invita a participar en su aventura: insinúa que también puede ser la nuestra.
Fundaciones
Por Jaime Moreno Villarreal
De entre las riquísimas analogías que sustentan las relaciones entre el ejercicio de la arquitectura y la vida espiritual —por ejemplo, lo que se cifra en la palabra elevación—, hay una que me inquieta mucho: el hecho de que algunos de los más grandes constructores de rascacielos, por ejemplo los arquitectos Daniel H. Burnham, John W. Root y Louis H. Sullivan, se hayan establecido en los penthouse o últimos pisos de sus obras mayores. Como si no les bastara con haber creado el monumento arquitectónico, querrían enseñorearse en sus alturas. La vieja historia de la Torre de Babel viene a la mente. Pero de inmediato asoma la duda: ocupar la altura máxima, ¿se reducía para aquellos arquitectos a un asunto de poder?, ¿no podría ser, en cambio, un impulso de desprendimiento, una elección espiritual, una fundación incluso?
Sería ingenuo establecer que la arquitectura de rascacielos —nacida en los Estados Unidos en el último cuarto del siglo XIX, con el alta especulación inmobiliaria en grandes aglomeraciones urbanas, con el amplio mercado de prestigios asociados al capital que se plasma en edificios— llegó a encarnar un ascenso espiritual en su carrera por significar más; pero es innegable que aparte de dar cauce al capital industrial y financiero que elevó las metrópolis de Chicago y Nueva York, esa aparente megalomanía de edificios emplazó un valor suplementario mediante la tentación de rozar el cielo, con su frustráneo dominio panóptico (obstruido por nuevos y más altos edificios) y su alineamiento espacial que juega a ser cósmico; valor que no es banal.
Para entender la elevación hay que esencializarla, abstraerla en su plenitud, volverla a hacer significar como si fuese nueva; y creo que las esculturas de Alberto Vargas lo logran, pues estudian desde un purismo sustancial la exaltación del monumento: un modo estatuario de reunir en un impulso arquitectura e inmaterialidad, lo sensible con valores suprasensibles. Algunas de las piezas de sus Ríos verticales sugieren, más que torres, columnas o edificios... cohetes (Un, Una, Saturno, 1998). Esto no debería de sorprendernos si recordamos que numerosísimas obras monumentales, al igual que los proyectiles, participan del afán de acercar la tierra al cielo. Basta con evocar que en los tiempos de la “carrera espacial” la forma del cohete nutrió múltiples comparaciones con edificios neoyorquinos clásicos, como el Chrysler (1930) y el Empire State (1931).
El cohete es tan solo una de las formas de referencia en la obra de Alberto Vargas. Más arquitectónicas, otras estructuras que dan pie a sus desarrollos son la columna (Vestas 1 y 2) y sus derivaciones, incluso como forma vacía o interior (Tlatilco 2, 2001) —vale señalar que la columna envolvente ha sido, desde luego, un leit motif de la arquitectura de rascacielos, como en el Monadnock Building de Burnham y Root (1891) en Chicago, o incluso en el célebre PanAm de Nueva York (1962-63)—. Otros motivos de las piezas de Alberto Vargas son el obelisco (La crestería, 2000); la pirámide prehispánica, especialmente por el uso del doble remate que recuerda al Templo Mayor de Tenochtitlan (Tem, 1999); la herma (monumento griego dedicado a Hermes que se levantaba en las encrucijadas de caminos, con aspecto de pilar dotado de órganos sexuales que sostiene el busto del dios y que, como lo señala el propio Alberto Vargas, es origen del estípite tan característico en la arquitectura barroca mexicana); el ziggurat, edificio piramidal babilónico, alzado en terrazas, que suscita, de nuevo, la referencia al vínculo de la Torre de Babel y los rascacielos.
La alusión moderna a Nueva York como una nueva Babilonia es muy justa en lo metafórico, pues señala tanto la tentación de alcanzar el cielo, característica de su paisaje urbano, como la confusión de lenguas debida a su variedad cultural. Mediante la catástrofe de Babel, Dios quiso castigar la ambición de los hombres que querían alcanzar el cielo por sus propios medios. Dios tomó esa aspiración como un desafío. Pero, contemporizando, el orgullo del hombre, su ambición de poder, su falta de piedad ¿son la única lectura posible del rascacielos, del ziggurat, del cohete?
No. Existen muchas otras versiones del ascenso al cielo por medio de una torre, y algunas de las más curiosas hablan de hombres intentan alcanzar al dios creador que los ha abandonado. Los Barotse de Zambia, cuentan que los hombres colocaron troncos sobre troncos hasta hacer una torre que fue al cabo insuficiente y se derrumbó; y entre los Ashanti, la torre se construyó con morteros apilados: faltaba sólo uno para alcanzar el cielo; como no tenían más, los Ashanti lo tomaron de la parte inferior de la pila para ponerlo en la cúspide, y la torre se vino abajo.[1] Estas historias no hablan de desafío a la divinidad. Los hombres construyen sus torres también en búsqueda de una elevación.
La torre adquiere, en este sentido, otra caracterísitca: representa una imposibilidad. Es impulso de alcanzar y limitación definitiva, a un tiempo. Tanto, que la torre se nos revela francamente construida a imagen del hombre. En cuanto a la arquitectura de rascacielos, el propio Louis H. Sullivan lo planteaba así: el edificio debe concebirse a imagen del cuerpo humano, cuyas piernas, torso y cabeza quedan representadas por el basamento, el fuste y el coronamiento.[2] Si atendemos esta fórmula, cada una de las piezas de Alberto Vargas se nos revela como una torre, como un hombre, o incluso una dualidad que hace sensible la aparición de otro en lo mismo.
Los personajes que habitan o encarnan las torres, no pueden dejar de sugerirnos a los estilitas (del griego stylos, columna), aquellos santos que hacían su morada en lo alto de las columnas, y que refrendan la idea de que la elevación espiritual se obtiene mediante la elevación de una torre. Los estilitas, como San Simeón, San Alepo y San Daniel, pasaron gran parte de su vida inmóviles, de pie, sobre columnas que alcanzaban casi los veinticinco metros de altura. Se dice que en Getsemaní, Palestina, llegó a fundarse una colonia de cien estilitas reunidos en torno a un superior.[3] ¿Y qué hay con los arquitectos de Chicago y Nueva York que iban a morar en lo alto de sus rascacielos?
Es momento de volver a la inquietud del principio. El arquitecto que busca ocupar el rascacielos, ¿obedece a un impulso espiritual? Una posible respuesta a ello nos la ofrece la intervención de Alberto Vargas en el edificio Dataflux de Monterrey, obra del arquitecto Agustín Landa. El edificio, visto de perfil, puede sugerir la forma de un hombre de anchos hombros y cabeza gigante, que se inclina. En lugar de apoyarse en columnas, el edificio está suspendido, y en su base, Alberto Vargas diseñó una escalinata, como una breve colina de la que brota un manantial, la fuente. Desbordando los escalones en terrazas, el agua baja, y sobre las fases del descenso halla distribuidas cuatro piezas escultóricas con forma de semillas semiabiertas. La lectura no puede ser más clara: al ocupar la torre, el arquitecto recorre un camino muchas veces viajado, no se erige en un ser de excepción, pero como todos los que miran hacia lo alto, está brotando. Las elevaciones de Alberto Vargas son fundaciones.
[1] “God Retreats to the Sky” y “The Tower to Heaven”, en Susan Feldmann, ed., African Myths and Tales, Nueva York, Dell, 1963, pp. 36-37 y 41-42.
[2] Mario Manieri-Elia, “Il gratacielo a Chicago”, en Evoluzione dei grattacieli di Chicago, Roma, Officina Edizioni, 1975, s.p.
[3] Jacques Lacarrière, Los hombres ebrios de Dios, Barcelona, Ayma 1964, p. 199.
Alberto Vargas
Por Guillermo Sepúlveda
......le pedí a mi hijo Alberto me hiciera un jardín, pero lo que hizo fue un paraíso.
Héctor Vargas
Recordando las palabras del querido y admirado amigo Luis Barragán: Guillermo, "un jardín, debe tener magia, misterio, encantamiento, murmullos, fuentes o estanques....hay que dejarlo crecer de forma natural para que sus diferentes verdes creen universos, sensaciones de lo infinito".
Conozco a Alberto Vargas desde hace muchos años, es también uno de mis grandes amigos, relación que inició de una manera casual, los dos en un determinado tiempo buscábamos en los viveros de Monterrey palmas datileras de más de 10 años de edad, el personal de los viveros creía que éramos socios o buscábamos obsesivamente las palmeras para el mismo proyecto. También cuando visitaba el pueblo de Mina Nuevo León, me impresionaba mucho la una biblioteca hecha con una arquitectura singular norestense y contemporánea a la vez, y sus jardines creados con solo plantas regionales. Después descubrí en una revista que esta obra fue premiada y que el autor era el mismo Alberto Vargas de las palmeras, y que su familia había donado este espacio al municipio. Le busque, y también descubrí que era arquitecto egresado de la universidad de Texas, escultor, paisajista, y amante de los jardines y de las flores.
Fui testigo de la creación y construcción de su casa/torre taller que le tomo más de 5 años terminar, y de los jardines que circundan la residencia de sus padres en el mismo predio. Todo me parecía insólito. La armonización de los diferentes árboles y arbustos perfectamente integrados al paisaje, y la visión de lo que cada planta iba a ser en su futuro crecimiento. A la par, también presencie el nacimiento y producción de cada una de sus monolíticas esculturas que con el tiempo fue integrando a los jardines. Frente a esto siempre viene a mi memoria el laureado escultor norteamericano David Smith, y Ferdinand Bac autor de libro "Enchanted Gardens" que Luis Barragán me comento que fue su la base de inspiración de sus proyectos donde siempre busco conjuntar tres elementos esenciales : paisaje, arquitectura y jardines.
Alberto Vargas ha creado en su predio unos jardines encantados donde habitan en diferentes sitios sus enigmáticas y monolíticas esculturas, a veces solas y otras en grupo. Es un gran placer contemplarlas de cerca y a distancia, solitarias y silenciosas destacan por sus formas y gran carácter ..algunas parecen monumentos funerarios (templos para el espíritu), otras arquetipo de formas sagradas, también hay dinámicas estrellas de plateados reflejos que parecen crecer del suelo buscando su lugar en el universo. Vargas creó un lago estanque artificial con murmurantes caídas de agua donde lotos y plantas acuáticas engalanan con sus flores ciertas temporadas, y diferentes variedades de peces koi con sus espectaculares lomos nacarados de colores varios danzan en perpetua armonía de ritmos insospechados, donde Vargas habitualmente y en silencio contempla este espectáculo.
La obra de Alberto Vargas, es de una precisión y ejecución extrema, que conmueve sobre todo en estos tiempos en donde rifan todo tipo de manifestaciones efímeras o de mala factura, llegando en la mayoría de los casos a lo banal.
El acero corten con sus óxidos maravillosos, el acero inoxidable con sus reflejos y brillos, los mármoles y granitos, en su diversidad conviven como en familia en estos espacios cada uno integrados al jardín y cumpliendo una función específica provocando en el espectador, sorpresa y asombro.
Cuando sus esculturas habitan espacios interiores o son parte integral de determinada arquitectura, su presencia se transforma. Estos hábitats permiten al espectador mayor intimidad y cercanía, y al convivir con elementos diversos, su presencia serena y elegante destaca y actúa como la batuta que orquesta a los diferentes conjuntos.
Enhorabuena Alberto por esta magnífica exposición
Enhorabuena al museo Federico Silva de San Luis Potosí,
Enhorabuena México País de grandes creador.
Guillermo Sepúlveda
Monterrey, México
Agosto del 2014.
La mesura de la forma
A propósito de Alberto Vargas
Por Luis Ignacio Sáinz
Exegi monumentum aere perennius.
Horacio: Odas[1].
Las artes plásticas y visuales entrañan una necesidad expresiva y a través de sus confines establecen las condiciones y los términos de su narración. Por ello a ratos polemizan con la escritura y en momentos con desparpajo la ignoran. Tal podría ser el caso de la propuesta que alberga el Museo Federico Silva de Escultura Contemporánea, ya que los objetos congregados persuaden y convencen atendiendo sus atributos: son potentes y hermosos, los recorre y atraviesa un halo de inteligencia sensible, parecieran felices en su soledad, ajenos al control de la palabra. Empero, algo habrá que predicar sobre ellos, intentando facilitar su disfrute y comprensión.
Reflexiones en movimiento sobre el espacio, la forma y el entorno constituyen la basa del discurso tridimensional de Alberto Vargas Aguirre (Monterrey, México, 1958). La suya es una escultura indisoluble de su condición estructural. En sus piezas lo interior se identifica con lo exterior y se subsume en su apariencia, a eso se reduce felizmente. Equilibrio perfecto, protoinvisible, donde los acabados se diluyen y se encuentran integrados en la tensión dinámica de las cargas y las energías que les permite ser y existir. Fusión entonces, del creador con el constructor, orientada a suavizar el paisaje donde ocurre el uso social del escenario público. Se trata de domeñar la feroz embestida de la violencia visual, el desequilibrio urbano y eso que a falta de mejor término llamamos “el mal gusto”. Aquí se asienta su devoción por el pasado de las grandes civilizaciones, deteniéndose en particular en sus soluciones espaciales y la intensidad de sus producciones muebles.
Tan se empeña en eliminar lo accesorio que sus obras carecen de bases o soportes, ajenos o exentos, a partir de las cuales se desplantan; en un homenaje al barroco, cuando como excepción precisan un plano adicional, éste es concebido como parte sustantiva de la propuesta matérica, pero además cumple una función nuclear de atracción: son peanas articuladas al desarrollo del volumen, piénsese en Mitra (2002), comunión del acero inoxidable y el mármol, la metalmecánica y la lapidaria. Amén de la fascinación que desprende e impone el objeto en el terreno de lo simbólico, por su propia figura y fuste resulta ya un signo del poder; en este caso, de la dignidad episcopal, lo que significa y refiere a quien preside las celebraciones litúrgicas, ejerce el gobierno en una jurisdicción eclesiástica o diócesis, imparte justicia y confiere los sacramentos. En tan sólido birrete echamos de menos las ínfulas: esas cintas que se desprenden por detrás y desde la nuca encarnando al Antiguo y al Nuevo Testamento o también a la Tradición Apostólica y la Biblia. Sorprende la contención del compositor, pues ha resistido la tentación de esgrafiar la superficie y trasladar los emblemas propios de tales dignidades del dominio del obispo. Se limitó a potenciar la casi nada rayando con el silencio, el acierto de Ludwig Mies van der Rohe: “menos es más”.
Alberto Vargas en paralelo al genio de Aquisgrán que fuera director de la Bauhaus de 1930 a 1933 cuando la insolencia homicida nazi cerrara la escuela, concilia las dos vocaciones: arquitecto de origen que, después, obtendría su título (1988) en Bellas Artes con especialidad en escultura, en la Universidad de Texas en Austin. Por ello quizás buena parte de sus proyectos no se detienen en las dimensiones, transitando con naturalidad de lo pequeño a lo monumental, de lo íntimo a la escala de las ciudades. El debate trasciende el tópico del tamaño, hundiéndose más en sus calidades estéticas y los impactos generados en quienes posan su mirada. Así, señala Serge Fauchereau a propósito de este sólido hacedor de hormas plácidas:
En la Fuente que Alberto Vargas instaló en la Plaza Torre data Flux [2] Avalanz, el hermoso color anaranjado de las colosales semillas de acero Cortén juega con la textura y el tinte de la piedra y con el agua – el agua que es también un material de gran nobleza y de variedad infinita. Por el contrario, el Busto-columna de acero inoxidable capta la luz que pasa entre dos edificios, como un Prometeo transformado en atlante o cariátide para soportar el cielo.
Fuente en la Plaza Torre data Flux
La escultura monumental debe poder mantener, más que cualquier otra, la mirada atenta del espectador así como la mirada desinteresada del paseante apresurado; debe captar cuando menos un instante su interés y tal vez retenerlo, ya sea que se encuentre a proximidad o que la perciba de lejos. De cualquier manera, debe respetar al público, provocar su atención sin agresividad ni condescendencia.
Semillas de acero cortén (Germinal) en la Plaza Torre data Flux.
Este arquitecto-escultor se refocila en las soluciones del pasado en tanto que éstas devienen pertinentes en la actualidad. Le son útiles en términos de su discurso icónico y plástico. Así las cosas, elude la pervivencia de una tradición edilicia como si fuese un patrimonio inmutable; sino que la renueva y actualiza, por ello refiere a formas estructurales, entre ellas su majestad la columna, en las versiones de la Hélade, herma (ἕρμα), y el mundo hispánico-virreinal, salomónica y estípite. Logra de un golpe severidad y protagonismo escénico: el minimalismo de las piezas, mejor aún su austeridad, se impone sin contratiempos. Coincidentia oppositorum entre la racionalidad y los sentimientos.
5 herma estípite I Catálogo de herma[3].
Lo boleado de las formas, su perfecto acabado, dado que las masas están pulidas, bruñidas, nos convida una contención expresiva capaz de renunciar a los trucos y efectos, para conquistar de este modo una elocuencia rotunda: la del reposo silente que manifiesta la mesura de la forma. Aquello que invade el espacio con distinción es el ritmo, la cadencia, de objetos en pos de su alma y en defensa de su gozo: vigilantes del deseo, los predicados del artista nos seducen sin aspavientos, sin ruido. Cumplen lo que ofrecen: la belleza que sosiega y alivia los dolores del tiempo y de nuestra afligida circunstancia. Son marcas y huellas de un presente con esperanza de porvenir, anuncian que la plenitud es alcanzable. En los versos de la monja jerónima: “sueño de los despiertos intrincado”.
Catálogo de columnas[4].
Este universo de figuración está cargado de influencias, a grado tal que presentándose heteróclitamente dificultan su identificación puntual. El salto trasatlántico de los conquistadores españoles trajo al Nuevo Mundo, como una herencia inconsciente o con un dejo de contrabando, una suma de técnicas y sistemas constructivos, elementos decorativos y maneras de acometer el levantamiento y sustento de las edificaciones. De semejante cúmulo de procederes y soluciones, muchas de ellas desconocidas, otras desarrolladas en modalidades propias, como el arco y la bóveda, destaca un elemento vertical denominado estípite que alcanzaría su esplendor en la Nueva España, justo en la Catedral de la urbe que fuera fundada en 1325: el Retablo de los Reyes (1718-1725), capolavoro de Jerónimo de Balbás (con certidumbre sólo se sabe que falleció en 1748) tallado en cedro aunque dorado una década más tarde y que en su calle central dispone dos lienzos de Juan Rodríguez Juárez (La Adoración de los Reyes y La Asunción); sus dimensiones delirantes: 25 metros de altura, 13 de anchura y 7 metros de profundidad, se despliegan al fondo santuario ocupando el ábside. A su genio deben facturarse los correspondientes a la capilla de la Orden Tercera en el Convento de San Francisco, y en la parroquia del obispo de la capital el Altar Mayor o Ciprés y el del Perdón, afectados en distinto grado por el fuego en 1967. Antes en la era dieciochesca del poder borbónico, se conoce su confección del majestuoso retablo del Sagrario de la Catedral hispalense bautizado Furibunda Fantasía, destruido por un malhadado incendio en 1824 que azotara Sevilla.
La fortaleza y estabilidad de las joyerías potenciadas del formador de volúmenes regiomontano, impone que la mirada cale en el fondo de sus misterios, afanándose por toparse con sus núcleos y esencias, si acaso conceptualmente existen. Se trata de una belleza en apariencia plácida y serena, pero capaz de interrogarnos por el sentido que guarda: Crestería (2003), Plataforma II (2000), lo atestiguan. De allí que asumamos un ejercicio analítico e interpretativo, cuyos corolarios fortalecen su disfrute mismo, elevándolo a la calidad de deseo-placer pensado. La añoranza que ha apuntado al respecto Jorge Alberto Manrique. Con razón afirma Federico Silva: “La escultura surge de adentro hacia fuera, es claroscuro, luz y sombra, y su contacto espacial está relacionado con el campo magnético, con el movimiento de la Tierra y del espectador. El entorno geográfico e histórico es parte del espacio al que pertenece la escultura”.
Cerremos el ciclo, apreciemos las esculturas de Alberto Vargas Aguirre de fuera hacia dentro, desde su piel deslumbrante hasta su médula ilustrada; asumamos con deleite que en el espacio material ocupado por sus obras, convulsionan y se estremecen al unísono cuerpo, mente y conciencia. Con Jorge Cuesta: “El sueño, en sombras desasido”.
[1] “He alzado un monumento más perenne que el bronce”. Véase, Horacio: Odas y Epodos, edición bilingüe de Manuel Fernández Galiano y Vicente Cristóbal, Madrid, Cátedra, 1990, p. 314. Verso inaugural del poema número treinta del tercer libro de sus Odas.
[2] Proyecto de uso de suelo mixto construido en San Pedro Garza García, Nuevo León, en 2000, por el despacho García Arquitectos, S. C. En palabras del propio taller: “El edificio tiene 182 metros de altura, desde el último estacionamiento hasta su cumbre. Su estructura consiste en dos núcleos de concreto que contienen los servicios y circulaciones, conectados entre sí por tres puentes estructurales metálicos, de los cuales cuelgan los pisos por medio de cables post-tensados. Cuenta con cuatro niveles de estacionamiento, una plaza a nivel de calle y cuarenta pisos más. Dos tercios de la ocupación están destinados a oficinas y el resto a departamentos”.
[3] Estas estatuas estaban compuestas de una cabeza, advocada al dios Hermes, dispuesta sobre un pilar cuadrangular que solía ser más ancho en la cima que en la base, cuya altura guarda proporción con la dimensión del cuerpo humano, de preferencia masculino y mostrándose al desnudo, ostentando los atributos de la virilidad a mitad del fuste.
[4] Elementos de la columna en un ejemplo jónico: A: Capitel, B: Fuste, C: Basa. Muestras a partir de estilos arquitectónicos particulares: 1. Hindú, 2. Persa, 3. Egipcio, 4. Cretense, 5. Románico, 6. Gótico, 7. Renacentista, y 8. Barroco.
Los poemas de Alberto
Por Minerva Margarita Villarreal
De hierro esta isla es un jardín
semillas o pátina
sustento
de amor que esparce
el fundamento
soleado
de tu semen
El jardín erecto es una isla
sus helechos y musgos
alimento
del violín
que rige
el movimiento
humedecido
de tus labios
Como gigantes
o soles lapidarios
tus miembros
me lastiman
Dos
o tres
y uno
si
me ves
Ciego
al cielo
despuntando
desterrado
y altivo
Como dos hermosas
desnudas por la tarde
las torres se besan
como dos hermosas
que por la tarde se desnudan
y las torres tensan
En fuentes de luces más doradas
las doncellas bañan sus flores
Hay una antigua maleza entreverándose
como pátina o labios de futuro
Es el cerro que monto
como un potro
el río
que ansío
a mi albedrío
mis rodillas
le incitan hacia un vuelo
detenidos
flotamos
detenidos
suspensos
elevamos
mercados
jaulas y postigos
bancos
obreros y mendigos
niños menesterosos y oropeles
sedas que cubren los bajeles
el viento nos despoja
y es un puerto
este barrio que es barro
enardecido
estéril
canta
y la ciudad
ruidosa
lo levanta
Museo
Por JOSÉ JAVIER VILLARREAL
I
Entonces
alicante alicaído en flor o mancha; en esas fechas: atrevióse,
suspiró distancia
arañando los faldones del cielo.
Inmaculada, cisma o señal: veloz vertiente,
astilla en mano, cuerda donde el cuerpo se libera
y escurre entre las sábanas;
en el rincón olvidado, en la grana pisada por la ausencia,
en ese país donde se decide mi destino,
el canto del hechizo, el estar sin ti que ya me mata.
Atormentado atrofio el salto del pez, la flor marchita
en la línea de misterio revestida
que llegaba diáfana y pedía un tazón de yougurt
en la destilante causa del desayuno. Después, en paro
o silencioso principio de semana, desmayaba el acto de recordarte en esa pila de papeles que golpeaba mi cabeza,
me rasgaba. Yo atendía,
pero el canto, aquellos goterones y la risa me devolvían
la calma, el suave de la almohada, el perfume de tu cuerpo
inundando mis cajones de todos los días en estrictas horas de
oficina.
Y yo volaba envuelto en cortinas de seda
con mugidos de gigantes entrelazando maravillas; te veía
en los jardines ocultos
suspirando entre losas y rosarios,
en las verdinegras alfombras de palacio;
y flaco yo de lejos contemplaba
el cielo que se iba, y tú,
pálida y gozosa, por los anillos del alma.
Me saludabas con los brazos extendidos,
para mejor descaro el ruido, la rosa
de angustias, el sombrero y flamboyanes.
Atendía, daba vuelta a la izquierda,
aceleraba creyendo ver tu rostro, la turbadora sonrisa,
el clima aquel
que de mi cama a tu puerto
me acercaba.
II
Con fuerza lo habías profanado, hincado en piedra
con ese jersey de paño oscuro, bufanda suelta
al siniestro entierro. La taza de café sobre la blusa,
y recoger la servilleta,
husmear bajo la mesa y estar tan cerca, tan delicadamente cerca
de sus hipocampos y cigüeñas, de esas doncellas danzando;
vírgenes en tu oído, en la almohada y el aljibe; la rosa,
tus manos almidonando el cuello de la blanca
camisa donde me ocultabas, pequeñito de mí, de mí tan pequeñito
en esos lienzos por ti tan desplegados, tan refulgentes de sol
en los tendidos, en los balcones, cayendo a las terrazas,
abriendo lenguajes, palabras con sombra en la media tarde
como botes dormidos por el bamboleo de las aguas, por esas garzas
preñadas a la luz del cuadro a medio terminar.
Desayunas volviendo el rostro lejos de mí o no me olvides.
Tenso en mi dormitorio,
despierto a las amapolas de tus labios,
rayados óculos de sol en la mesa junto al diario
donde antes todo estuvo de la mano de los Médicis, los de la
tarjeta
inagotable, aquélla de los frescos y cuadros, de los mármoles y
piedra,
la del fondo crediticio, la hipoteca y los papeles cantando la
gloria de los güelfos;
el barómetro y la bola de cristal. Ahora, de súbito
se entiende y comprende tu paso, uno tras otro,
tu necesidad de movimiento, las risas tras los árboles en el caer
contínuo de la nieve. Atrevimiento
de amantes por subir la cuesta,
adentrar la ventisca, el lago congelado, el susurro de los ángeles
entrometiéndose en mi noche con ausencia de ti. Sin ti me hallo
acongojado frente a estos cuadros que indiferentes me contemplan
salir y entrar
por encontrarte tú tan lejos
a la orilla del río que cruza esta ciudad donde los Médicis
ignoran,
no recuerdan el contrato estipulado
a donde vine a buscarte con papeles, bocetos y cincel.
Lejos te has ido, al otro lado del mundo, lejos de toda piedad
y surgiendo siempre
en lechos de espuma no soñada.
Por Lily Kassner
Texto Pendiente
Torres en Cálamo
Alberto Vargas
Obsesión de torres.
En los inicios firmes, sólidas, bien equilibradas
y casi agarradas al piso;
después
quieren tomar vida animal o vegetal,
adquiriendo carácter de personajes abstractos.
Colmadas de influencia plástica,
exigen ahora
elevarse
o ser
sostenidas
por extremidades que apenas tocan el suelo,
dotadas de atributos
de simbólicas defensas y potencias.
Cálamo
es
pluma,
planta alucinada,
caña,
flor,
falo,
torre,
es
Whitman,
con la que se escribe usando
una torre hermética
repetida
en
infinitas
variaciones.
El Artista
ALBERTO VARGAS Nació en la ciudad de Monterrey, N.L., México, en el año de 1958. Estudió Arquitectura, formalizando esta disciplina a través de experiencias directas en su contacto con la arquitectura vernácula y de sus relaciones con artistas plásticos mexicanos. Obtuvo en 1988 la Licenciatura en Bellas Artes en especialidad en escultura, en la Universidad de Texas en Austin, Tx. Durante los últimos años ha realizado una serie de proyectos en las áreas de arquitectura, paisajismo y escultura urbana. Su interés, en las culturas antiguas como la prehispánica, egipcia, islámica y greco-latina, ha sido determinante en su obra.
2019 · Betilos Metalizados Museo de Arte Abstracto Manuel Felguerez (Zacatecaz, Zacatecaz)
2018 · Torres en Cálamo Pinacoteca de Nuevo Leon (Monterrey, N.L.)
2016 · Escultura Galería Arte Actual Mexicano - Punto Central (San Pedro Garza Garcia, N.L.)
2014-15 · Levedad y Solidez. La Mesura de La Forma Museo Federico Silva (San Luis Potosí.)
2009 · Escultura Galería Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
2006 · El Mundo Desde la Estela Centro de Las Artes / Pinacoteca. Parque Fundidora (Monterrey N.L.)
2005 · Plataformas Imposibles Museo de Las Artes, Universidad de Guadalajara (Guadalajara, Jalisco)
· Plataformas Imposibles Museo de La de la Ciudad de Querétaro (Querétaro, Querétaro)
2004 · Plataformas Imposibles Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey ( MARCO ) (Monterrey, N.L.)
2003 · Art Chicago 2003 Arte Actual Mexicano, Feria Internacional de Arte (Chicago, E.U.A.)
2001 · Ríos Verticales Galería Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
· Ríos Verticales GAM Galería de Arte Mexicano (México, D.F.)
1999 ·Cocteau et moi Galerie Anne Julien (Paris, Francia)
1996 · Argentum Galería Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
Exposiciones Colectivas:
2022 · XXX Exposición Colectiva- Homenaje al Surrealismo Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2021 · Paisajes en el tiempo.
Reflexiones sobre la Colección del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey Museo de Arte e Historia de Guanajuato (Guanajuato, México)
· Gratitud Centro Cultural Fátima. (Monterrey, N.L.)
2019· MX: Color, luz y reflejo “dosmundos”Centro Cultural Fátima (Monterrey, N.L.)
· À la Conquete de l´Art Galerie Wagner (Lille, Francia)
· Art Paris Grand Palais. Galerie Wagner (Paris, Francia.)
· S(ci)EN(ce)S CACHÉ(e)S Galerie Wagner (Le Touquette Paris-Plage, Francia)
2018 · Iconografía sobre la mesa Pinacoteca de Nuevo Leon (Monterrey, N.L.)
2017 · Forgados en Acero Museo Metropolitano (Monterrey, N.L.)
· Identidad y Nación en el Arte Mexicano Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2016 · Advenimiento de la luz en el Arte Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2015 · Octavio Paz y su Pasión por el Arte Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2014 · Diversidad en el Arte Mexicano Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2013 · 68 Artistas Mirando Nuestro Pasado Centro Cultural Plaza Fátima (Garza García, N.L.)
2012 · Colección Pinacoteca de Nuevo Leon (Monterrey, N.L.)
· Paráfrasis Centro de Las Artes. Parque Fundidora (Monterrey, N.L.)
· San Pedro Pulso / 01 Museo del Centenario (Garza García, N.L.)
2011 · Autorretrato Centro de Las Artes. Parque Fundidora (Monterrey, N.L.)
2010 · Hitos de una Ciudad San Carlos Centro Cultural (México, D.F.)
· México, Paisaje Infinito Centro de Las Artes. Parque Fundidora (Monterrey, N.L.)
· Escultura Pinacoteca de Nuevo Leon (Monterrey, N.L.)
2009 · For Your Eyes Only Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
· Melancolía Centro de Las Artes. Parque Fundidora (Monterrey, N.L.)
2008 · I Bienal de Escultura Guadalajara 2008 Museo de Las Artes, Universidad de Guadalajara (Guadalajara, Jalisco)
· El Juguete Mexicano en el Arte Centro de Las Artes. Parque Fundidora
(Monterrey, N.L.)
· Las Cuatro Estaciones Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
2007 · La Magia del Universo Planetario Alfa (Garza García, N.L.)
· XXV Aniversario, 25 Forgadores del Arte Sanpetrino Museo del Centenario (Garza García, N.L.)
2006 · Morada del Alma Centro de Las Artes / Pinacoteca. Parque Fundidora
(Monterrey, N.L.)
2005 · ARCO 2005 Feria Internacional de Arte ( Madrid, España )
· Hermandades Escultóricas México-EUA Museo de Arte Contemporáneo de Yucatán MACAY. (Mérida, Yucatán)
· Ecos de México Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
· Interludio 70’s y 80’s Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N.L.)
· Paisajes del Deseo Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N.L.)
2004 · Vida Inmóvil Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N.L.)
2003 · Arte y Ética…Reflexiones Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N. L.)
2002 · Art Chicago 2002 Feria Internacional de Arte (Chicago, E.U.A.)
· Monterrey / Escultura de Nuestro Tiempo Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N.L.)
· Muerte sin Fin Museo Metropolitano de Monterrey (Monterrey, N. L.)
2001 · Art Miami 2001 Miami Convention Center (Miami, Florida, E.U.A.)
· Art Chicago 2001 Feria Internacional de Arte (Chicago, E.U.A.)
· Verano Pleno GAM, Galería de Arte Mexicano (México, D.F.)
· Quinta Bienal FEMSA Centro de las Artes (Monterrey, N.L.)
· Encuentro y Celebración Museo del Centenario (Garza García, N.L.)
2000 · La Biblia en el Arte Museo del Centenario (Garza García, N.L.)
· Transiciones Centro de las Artes (Monterrey, N.L.)
1999 · Doce en el Norte Galería Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L.)
· ·Cuarta Bienal FEMSA Museo de Monterrey (Monterrey, N.L.)
· Art Chicago 1999 Feria Internacional de Arte (Chicago, E.U.A.)
· Feria Internacional de Arte Contemporáneo FIAC (París, Francia.)
· Del Desencanto a la Armonía Museo del Centenario (Garza García, N. L.)
1998 · Expoarte Séptima Feria Internacional de Arte Contemporáneo (Guadalajara, Jalisco.)
· Génesis del Universo Banco Serfin (Garza García, N. L.)
1997 · ARCO Feria Internacional de Arte Contemporáneo (Madrid, España.)
· Expoarte Sexta Feria Internacional de Arte Contemporáneo (Guadalajara, Jalisco.)
1987 · Archer M. Huntington Art Gallery University of Texas (Austin, Texas. E.U.A.)
1985 · Moody Hall Atrium Saint Edward’s University (Austin, Texas. E.U.A.)
Escultura Urbana:
El Urim y El Temmim
Acero Inoxidable y Acero Cor-Ten
1999
Colección Permanente:
Centro de las Artes. Parque Fundidora. Monterrey, México.
Germinal
Acero Cor-Ten y Granito
2000
Torre AVALANZ, Monterrey, México
Herma Estípite
Acero Inoxidable
2003
Edificio Martel, Monterrey, México
La Crestería
Acero Inoxidable
2000
Colección Permanente:
Museum of Latin American Art, MoLAA. Los Ángeles, CA. E.U.A.
Estípite
Acero Inoxidable
300 x 76.5 x 57 cm.
2002
Colección Permanente Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. MARCO
Monte Horeb
Acero Cor-ten
205 X 73.7 X 49.3 cm.
2000
Colección Permanente Universidad de Monterrey. UDEM
Ypsilon II
Acero Inoxidable
223 X 42 X 33 cm.
2008
Colección Permanente Pinacoteca de Nuevo Leon
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